martes, 29 de marzo de 2011

Fotografías en la guerra con Chile (América Televisión b)


Y hacemos entrega del segundo video, que no es de nuestra autoría, sino le pertenece al programa Cuarto Poder, de América Televisión, canal cuatro de Lima. 
El video es didáctico, en la medida que ilustra panorámicamente lo que aconteció en la guerra del guano y del salitre, iniciada por Chile. Es un buen tema que debería de ser ahondado, especialmente en lo concierne a Tacna y Arica. El video titula Retratos de la guerra del Pacífico 1879-1884 (2/2), dura 6´23". Ha sido subido a Youtube el 12 de febrero del 2009.


Fuente:http://www.youtube.com/watch?v=EAUM9CUjwcA&feature=related 

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Fotografías en la guerra con Chile (América Televisión)


Siempre hurgando por diversas latitudes, hallamos dos videos en torno a la fotografía documental, los dos han pertenecen al programa Cuarto Poder, de América Televisión del Perú, canal cuatro. El video es aceptable, lo que no estamos de acuerdo es la apreciación que se tiene en torno al "general Miguel Iglesias".
Son muy interesantes las declaraciones, mejor las imágenes que se muestran. El título del video es Retratos de la guerra del Pacífico 1879 - 1874 (1/2). Ha sido subido a Youtube el 12 de febrero del 2009, dura 9´ 24" 

Fuente: http://www.youtube.com/watch?v=jfPhXRIDQvk&feature=related

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lunes, 28 de marzo de 2011

Poema Himno rojo (Federico Barreto Bustíos)

Dentro de la historia de la literatura nacional, existe un capítulo que trata sobre la literatura patriótica. Ella emerge en periodos aciagos, en nuestro tema de interés, damos publicidad al poema Himno rojo, escrito por el vate tacneño Federico Barreto Bustíos. Existen dos versiones de dicho poema, publicamos el segundo que ha sido revisado y corregido por el mismo autor. 




Entre todos los colores,
el rojo es el que halaga,
y me atrae y me seduce
y mi espíritu levanta.
Amo el rojo, porque rojo
es el sol de mis montañas,
porque rojos son mis sueños,
mis odios, mis iras santas
y los labios de mi musa,
y las rosas de mi Tacna.
¡Gloria eterna al color rojo!
Rojo es el vino que embriaga
y consuela nuestras penas
y nos electriza el alma.
Roja es la sangre que vierten,
llenos de valor y audacia,
los mártires y los héroes
en los campos de batalla.
Rojo es el pendón que agitan
los que libertad reclaman,
rojo el laurel que florece,
y rojos, como la grana,
los cánticos que yo entono
al ver cautiva a mi patria.
¡Gloria eterna al color rojo!
           El color rojo me encanta


porque es símbolo de guerra
y de rebelión que estalla;
porque es el color del fuego
que purifica y abrasa,
el color de la energía
y el color... de las venganzas.
¡Gloria eterna al color rojo!
Rojo fue el puñal que Bruto
le hundió a César en la espalda,
y rojo fue el gorro frigio
que un día se caló Francia
para derribar Bastillas
y guillotinar monarcas.
¡Gloria eterna al color rojo!
Rojas son las grandes almas
y mis mejores ideas
y las más bellas mortajas.
Rojo es el hierro candente
que cauteriza las llagas;
rojo fue el blasón que usaron
sobre su cota de malla
los caballeros cruzados;
roja es la lengua que canta
y maldice a los tiranos,
y roja, en fin, roja y blanca,
la bandera que más amo:
¡La bandera de mi Patria!
            (Federico Barreto Bustíos, Tacna)

jueves, 24 de marzo de 2011

Nuestro amor a Tacna (cholo tacneño)


            “Nuestro amor a Tacna no es un amor impuro como el chileno que es un amor estratégico. Ha crecido espontáneo y libre como la retama y la ariruma de nuestros senderos; es fragante como la flor del junco que crece en nuestros jardines; es fuerte como los pinos que se elevan ansiosos ante nuestro claro cielo; es fecundo en sacrificios como lo es en frutos la tierra de nuestros pagos; es inalterable como la vilca, el molle, el álamo, el eucalipto, como todos los árboles que decoran durante el invierno y durante el verano la maravilla de nuestro paisaje; viene del pasado así como de lo profundo de los Andes viene el agua de nuestro río y, como ella, bulle siempre palpitante y fresco.
          
            Nuestro amor a Tacna es como Tacna misma y vivirá lo que viva la ciudad y su valle.

            Nuestro amor a Tacna es la alegría de nuestra infancia empañada por el estrépito de las fanfarrias extrañas, por la exhibición de los uniformes y cascos presuntuosos, por la palabra de los profesores casi siempre rudos como dragoneantes de carabineros, por el despliegue único de la bandera que entró en nuestra ciudad por la sola razón de la fuerza. Es la meditación de nuestra juventud angustiada ante el peligro de ser conducida al cuartel enemigo. Es el dolor de nuestro éxodo y de nuestro regreso al terruño cuando el huésped se siente dueño y cuando el dueño no es tratado ni siquiera como huésped.
            Nuestro amor a Tacna es como nosotros mismos y vivirá lo que viva nuestra alma”.

CHOLO TACNEÑO (*)

(*) Seudónimo de José Jiménez Borja y Jorge Basadre Grohmann.

(En la revista Justicia de abril de 1926)

domingo, 20 de marzo de 2011

Carta de José Joaquín Inclán a Lizardo Montero (05-03-1880)


                                                                                     “Tacna, marzo 05 de 1880
Señor contralmirante don Lizardo Montero
Mi distinguido amigo:
         Supongo que las múltiples atenciones que te rodean no te hayan permitido contestar a las diversas que te he dirigido desde mi venida a ésta. Por consecuencia no hago queja de ello y repito está inspirado por el interés que nos inspira a todos.

         Creo, amigo mío, llegada la vez de que vayan ingresando a esta plaza todos los cuerpos que sean indispensables para guarnecer ese puerto, por las razones siguientes:

1- porque mejoren de clima y de condiciones higiénicas;

2- porque sé por diversos conductos que los soldados están muy violentos por su escasa y mala alimentación, así como por las fatigas que sufren a la intemperie, recibiendo ración escasa de agua, descontento que se explica con la deserción que están sufriendo los cuerpos y,

3- porque ha llegado el caso de concentrar acá las fuerzas que deban obrar o esperar al enemigo, pues hay más recursos y elementos para su completa organización. Por otra parte, no me parece necesario ni conveniente que estés corriendo los peligros que presenta el diario y desventajoso bombardeo, exponiéndote a una desgracia que daría por consecuencia la desorganización del ejército y con ella la ruina de la patria. Un general en jefe no debe prodigar su persona a los peligros sino en momentos graves y decisivos y éstos no han llegado aún.

El señor coronel Carrillo basta a mi juicio para quedar encargado de la defensa de Arica en el que no llegará el caso de que intenten un desembarco.

Nuestra situación es delicadísima y requiere aprovechar los instantes y concentrar el mayor número de elementos ya que nada podemos esperar del gobierno de Lima, que por su inercia parece que quisiera nuestro sacrificio.

Estamos pues reducidos a nosotros mismos y a lo que puedan ofrecernos nuestros aliados para los que eres un lazo de unión indispensable. Si tenemos la suerte que los chilenos se entretengan en ocupar el valle de Moquegua, nos habremos salvado, pues podremos completar nuestro equipo de campaña y habrán descansado y reorganizándose las fuerzas de Bolivia que están en marcha. Con ellos y con los cuerpos de la División Gamarra podremos presentar al enemigo en una batalla campal diez mil hombres bien organizados.

Los reconocimientos que he practicado con los jefes que hay en esta plaza de las posiciones que dominan este valle, nos han manifestado que no hay una sola posición ventajosa en que pudiéramos arrastrar al enemigo a combatir pues el terreno no presenta sino llanos o curvas suavemente inclinadas, sin ventaja para los defensores del terreno y antes por el contrario favorables para la artillería y caballería enemiga.

Dadas tales condiciones topográficas, parece lo más conveniente anticiparnos a ocupar el valle de Sama que aún cuando no ofrece posiciones ventajosas, presenta dos ventajas: impedir que el enemigo ocupe el valle, obligándolo a combatir sin poder refrescar su gente y caballada, y colocar a nuestros soldados en una posición desesperada, en la cual no les quedaría más elección que la muerte o la victoria, pues colocados entre el enemigo y un río invadeable, distantes diez leguas de Tacna, no les quedaría otra elección, pues si se dispersasen la caballería enemiga los exterminaría. Colocarlos en tal posición es semejarla a la quema de las naves de Hernán Cortés en la conquista de México. Pienso así porque la historia y la experiencia me han demostrado que el ejército que combate teniendo una ciudad a su espalda afloja con facilidad, y más si parte de ese ejército pertenece a los habitantes de ella. En la batalla de La Palma influyó mucho tal circunstancia, así como en el combate del Morro del 65, en que los ariqueños nos abandonaron cobardemente, portándose con bravura en el del Conde, cuando obedecían a Elías, porque no tenían casita dónde guarecerse.

Quince o veinte días que los chilenos se demoren en el valle de Moquegua, si sus habitantes los hostilizan con perseverancia harán que se diezmen por las enfermedades y sin ser la Capua que enervó las huestes de Aníbal nos presentará al enemigo debilitado, compensando así la pérdida que sufre el nuestro por igual causa.

Tan luego que los chilenos se preparen a avanzar sobre Citana, si ocupan Moquegua o no, debería ordenar a Gamarra que defienda Ilabaya con sus fuerzas y de allí a mi hacienda de Conica (Coruca, verificar?), por donde sin peligro posible, puede ejecutar un brillante movimiento de flanco para reunírsenos en Sama, o pasar a ésta por el camino del puquio y descender a Calana.

Las fuerzas de Moquegua nos podían quedar siempre inquietando la retaguardia enemiga unida a los guerrilleros de Locumba, etc.

El conocimiento personal que tengo del terreno me hace darte tal opinión como fácil de realizar y de utilizar fuerzas que quedarían aisladas, una vez desocupado Moquegua por los chilenos.

Por el telegrama que te he dirigido verás que he procedido con actividad y economía en las adquisiciones hechas. Tuyo afectísimo amigo seguro servidor.

J. Inclán”.
  

jueves, 17 de marzo de 2011

Sin Patria (poema de Modesto Molina Paniagua)

 
SIN PATRIA
(De un libro inédito)
A ella
 
 I
Cuando solitario y pobre,
y enfermo y sin esperanza,
con mis cabellos ya canos,
volví a mi perdida patria,
nadie salió a recibirme,
ni me lanzó una mirada,
ni me lanzó una mirada,
ni me dijo: ¡al fin te vemos!
Ni uno me dijo: ¡te esperaba!
¡Ay! No hubo brazos queridos
que amorosos me estrecharan.
Al verme, de negras nubes
el cielo cubierto estaba,
y desierta y en escombros
la casita de mi infancia
ya mi madre no existía,
ni mi madre idolatrada,
ni mis huérfanos hermanos,
ni mis hijitos del alma.
Sólo la muerte ¡Dios mío!
Hallé que los reemplazaba,
y el olvido, nueva muerte
más terrible y despiadada
para el que llora perdida
hasta su última esperanza.
¡Ay, hogar, hogar desierto!
¡Ay, memorias de mi infancia!
¡Ay, sangre de mis hermanos!
¡Ay, bandera de mi patria!

II
Que triste es para el que vuelve
desde tierras muy lejanas,
hallar el valle nativo
lleno de espinas y zarzas.
¿Sabéis lo que significa
haber perdido la patria?
Es vagar como un maldito
arrastrando la desgracia;
es comer el pan amargo
amasado con las lágrimas,
es beber a cada instante
acíbar y hiel amargas; 
es luchar contra un destino
que de herirnos no se cansa;
es ver tumbas que se quejan
porque son tumbas extrañas;
es llevar la muerte misma
en el cuerpo y en el alma;
es sentir que se enrojece
de vergüenza nuestra cara,
viendo la enseña gloriosa
por los extraños rasgada,
y donde libre ostentóse
ver otra bandera extraña.
¡Ay, hogar, hogar desierto!
¡Ay, memoria de mi infancia!
¡Ay, sangre de mis hermanos!
¡Ay, bandera de mi patria!
 
III
Allí está el suelo sagrado,
do la historia noble página,
en que murió heroicamente
la juventud por la patria;
aun se ven sus blancos huesos
pidiendo justa venganza,
por tanta sangre vertida
con una implacable saña.
Aun se oye el rumor de guerra
y el rugido de las armas,
y aun se ven dramas horribles
de exterminio y de matanza.
¡Ay! Pobres hermanos míos,
honra y prez de la batalla,
que cumpliendo el juramento
hecho a la madre ultrajada,
en tributo le ofrecisteis
con el corazón, el alma.
Allí está vuestra apoteosis,
allí los altares se alzan
con que inmortaliza el nombre
de sus valientes, Esparta,
vuestro monumento eterno
es el “Campo de la Alianza”.
¡Ay, hogar, hogar desierto!
¡Ay, memorias de mi infancia!
¡Ay, sangre de mis hermanos!
¡Ay, bandera de mi patria!

IV
Hoy que tengo hecha pedazos
y en agonía el alma,
por los desengaños crueles
de la vida y la desgracia;
hoy que nadie me conoce
y que no hallo en mi morada
ni padre, madre ni hermanos,
ni a los amigos de infancia,
con quienes jugué algún día
a ilusiones y a esperanzas,
perdiéndolas para siempre
de la vida en la borrasca;
hoy que te hallo, palomita,
como el náufrago a la tabla,
¿De tu nido no has de darme
el calor bajo tus alas?
Ese calor del cariño
que ya a mi vejez le falta,
como el árbol de la selva
hojas y frutos y savia.
Quiéreme, como te quiero,
correspóndeme con lástima,
mira, que no tengo abrigo,
mira, que no tengo patria.
¡Ay, hogar, hogar desierto!
¡Ay, memorias de mi infancia!
¡Ay, sangre de mis hermanos!
¡Ay, bandera de mi patria!
      
El poema se encuentra, íntegro, en nuestro libro: Modesto Molina Paniagua, el patriarca de las letras tacneñas. 

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viernes, 11 de marzo de 2011

Efigie de Grau (Jorge Basadre Grohmann)


Como del carbón sale el diamante, así de la negrura de esta guerra sale Grau.
La posteridad ha indultado a su generación infausta porque a ella perteneció el comandante del Huáscar. Olvida desastres y miserias y la mira con envidia porque le vio y le admiró.
Nada es un hombre en sí y lo que él puede representar lo ponen quienes lo interpretan. Ni hombres ni hechos derivan grandeza permanente sino de su asimilación con eternas ideas de justicia, de belleza o de dignidad, con un pueblo o con una época. Hablar de Grau, es evocar una figura que lentamente va perdiendo para los peruanos su ligamen exclusivo con los acontecimientos dentro de los cuales se desenvolvió, para tomar los caracteres de un arquetipo. El Perú no lució durante la guerra de la independencia, al lado de los muchos heroísmos encomiables, un gran héroe simbólico, y las luchas intestinas republicanas están demasiado cerca para que los personajes en ellas surgidos se limpien todavía de todas las contradictorias pasiones entonces desatadas y de los intereses que de ellas se derivan.
Ante Grau, en cambio, no obstante su cercanía en el tiempo y las violencias a que estuvo unido, la opinión nacional se prosterna segura y sin desacuerdos y la opinión extranjera acata este homenaje y a él se asocia con respeto evidente. Los técnicos nacionales y extranjeros admiraron desde que empezó la guerra entre el Perú y Chile al comandante del Huáscar. Los poetas más diversos desde los románticos o postrománticos de su hora hasta algunos de los más jóvenes y de las más iconoclastas escuelas nuevas, lo cantan: Gonzáles Prada mismo en sus páginas, a la vez marmóreas y venenosas y tan ávidas de exhibir huesos y máscaras, puso un inusitado calor de simpatía humana y orgullo patriótico, raro en tan contradictorio escritor, cuando de Grau escribió como si estuviera grabando sus palabras.
A los niños se les puede enseñar el culto de este nombre sin que de él emanen impuras influencias. Sobre un pedestal de fuego desgarradoramente patético en el que, por las culpas de unos y las faltas de otros, se iba a producir el holocausto de la patria, aparece sencilla y serena la figura del piurano modesto que era también un cristiano viejo y un criollo auténtico.
El heroísmo es, en la mayor parte de los casos, una ola fulgurante que se alza brusca e inspirada ante la presión de un momento decisivo.
Bernard Shaw dijo que representa la única forma de lograr la fama sin tener la habilidad. La gloria de Grau no es sólo la del ocho de octubre. Es, muchos días y semanas y meses antes, cosa cotidiana, tarea menuda y trabajo sin cesar. Existe la versión de que, al estallar la guerra, por el efecto deletéreo de conspiraciones y revueltas, desorden administrativo y escasez económica, la disciplina de la escuadra no era la mejor que podía ser, y que los marineros criaban aves domésticas para su negocio particular en la torre del monitor. Acaso ese no fuera el completamente cierto; pero sí es fidedigno que Grau tuvo que dedicar bastante tiempo a hacer ejercicios y maniobras con su gente, la mayor parte de la cual era colecticia, y es exacto también que el espolonazo del Huáscar a la Esmeralda resultó de la falta de puntería, más tarde superada. Esta es la modalidad de la obra de Grau, que recibe el más vivo elogio en la publicación técnica francesa de la época titulada el Bulletin de la Reunion des Officiers. Al estudiar lo que hizo, preciso es recordar con qué elementos trabajó y cabe preguntar qué hubiera sido del Perú con Grau en un barco como el Cochrane o el Blanco Encalada.
Enseñando con el diario ejemplo, que es la mejor manera como el jefe siempre puede enseñar, Grau acabó haciendo del Huáscar no sólo el mejor barco de la marina peruana sino la espada única y el solo escudo del Perú que detuvo la invasión durante seis meses largos y ello fue porque no sólo Grau tuvo coraje sino además el don de organizar y disciplinar a los suyos, la destreza para tomar la iniciativa, la exactitud para conocer y medir cada situación, el don para el mando sin los cuales la bravura mayor y los conocimientos más profundos pueden resultar estériles.
 La variedad de sus recursos fue grande, utilizando el espolón con la Esmeralda, empleando la velocidad para esquivar al Blanco Encalada, capturando con La Unión al transporte Rímac y enfrentándose en Antofagasta a varios barcos y a la artillería del puerto.
El heroísmo en Grau fue, así, resultado de su eficacia, parte integrante de ella, como el fuego sale del calor. No emergió, por cierto, como cosa recóndita o desapercibida para su pueblo. Con un instinto profundo sus contemporáneos vieron en él a quien iba a representarlos ante la historia, ante sus hijos, ante los hijos de sus hijos y ante la posteridad lejana. Pero conociendo así la gloria más apoteósica antes de haber muerto como pocos hombres la han conocido, Grau no se cegó ni se embriagó.
Más allá de la vanidad y de la ilusión, diríasele resignado a los secretos y mandatos del destino, lejos de todo gesto pasajero, de toda preocupación superficial. Ni los sueños ni las veleidades de los débiles turbaron su tranquilidad taciturna. Tampoco el frenesí de los violentos, ni las angustias de los sórdidos. No corrió por egoísta impulso para cautivar a la gloria, ni, cuando ella vino, se cohibió ante ella. Nada había de inaccesible o de afectado en este paladín que acumuló hazañas con la bonachona sencillez de padre de familia que exhala en los retratos su curtido rostro de patillas negras. Al regresar a su patria después de hacer lo increíble frente a los homenajes estentóreos y a los elogios retóricos exclamó: “Yo no soy sino un pobre marino que trata de servir a su patria”. Y en otra ocasión en el banquete que le fue ofrecido en el Club Nacional dijo en un brindis: “Todo lo que puedo ofrecer en retribución de estas manifestaciones abrumadoras es que si el Huáscar no regresa triunfante al Callao, tampoco yo regresaré”.
En un autógrafo publicado en Buenos Aires en la colección de Lagomaggiore un año antes de la guerra había él elogiado el aporte que dentro de la civilización humana representa la marina y había propuesto que cuando la autonomía y las instituciones de nuestras repúblicas fueran amenazadas quedasen unificadas todas las fuerzas navales de ellas bajo el mismo pabellón concluyendo con estas palabras que resultaron irónicas: “A la presente generación toca preparar el camino de la preponderancia americana”. Su deber fue, de pronto, matar y destruir, pero al cumplirlo supo tener una nobleza de caballero antiguo. Y así, contra las duras exigencias de la guerra y contra las recias pasiones del momento, envió con una carta admirable a doña Carmela Carvajal de Prat las reliquias dejadas por su esposo, contendor suyo; salvó a los chilenos náufragos de la Esmeralda y perdonó al Matías Cousiño, evitó la destrucción de las poblaciones inermes; desdeñó la lucha con barcos inferiores.
Sobre la sangre puso luz. Se hizo grandemente temible sin cometer un solo acto ilegal o cruel. Sus victorias resultaron buenas acciones. Significando él tanto para el adversario, éste no lo pudo odiar. En pleno delirio patriótico, poco después de la muerte de Prat y antes de Angamos, pudo Vicuña Mackenna escribir en Santiago llamándole hombre formado por sí mismo, cuyos grados habían sido ganados mandando buques, cuyo nombre estaba lleno de probidad y juicio, para luego decir que era brillante piloto, hombre de valor, navegante eximio, hidalgo corazón, y para recordar, por último, que, aún careciendo de fortuna, viajó a Chile en 1878 a llevarse los restos de su padre fallecido en Valparaíso.
Por todo ello, resulta Grau, tan excepcional: precisamente por haber estado formado nada más y nada menos que por las mejores y más simples virtudes que pueden pedirse a un varón cabal. Cuéntase entre ellas, por cierto, el amor a su tierra que es ingénito en todo ser bien nacido. Igualmente, el espíritu cívico del buen ciudadano. Así mismo, la abnegación del verdadero patriota que no sólo cumple su deber sino que por él se inmola cuando es necesario. Al lado de ella tuvo la modestia que, en la gente de bien, no está reñida con la altiva dignidad. Y por otra parte, encarna el dominio o maestría que todo profesional aspira a obtener en su oficio o vocación. Enlaza así las más altas cualidades castrenses, con las mejores virtudes de la vida civil. Honrado en el camarote y en la torre de comando, lo es también en el salón y en el hogar. Es buen marino y, así mismo, buen esposo. Carece de los vicios hispanoamericanos de la improvisación, el desorden, la exageración, la sensualidad, la mezquindad y de aquel otro que Bolívar señaló cuando dijo que el talento sin probidad es azote de América.
Con él en nuestra historia, tan llena de abismos y a la vez bordeada de cumbres, renace la estirpe de los hombres que hizo posible el dominio del suelo duro y áspero, la creación de un Perú legendario y la gran aventura de la Independencia del continente; la raza que justifica nuestra existencia como pueblo libre; la gente que nos dio temprano un sitio de honor en el mundo y que a veces -esperamos que equivocadamente- suele parecer extinguida o puesta de lado por la caterva vociferante y audaz de los enanos, por la desmoralización de los débiles y por el aprovecharse de los malos. Por eso, Grau expresa las potencialidades que, a pesar de todo, hay en nuestras gentes; nos da un incorruptible tesoro espiritual; hierro de heroísmo, plata de aptitud, oro de bondad. Y, como a todos los grandes de esta América para la que la historia es sólo prólogo, puede ser llamado Adelantado, Fundador, Padre”.
(Jorge Basadre Grohmann).

Fuente: de un libro inédito sobre Miguel Grau Seminario

Canto a Grau (poema de Juan Ríos)


En 1946, el compositor Juan Ríos creó el poema Canto a Grau, en homenaje al Caballero de los mares, contralmirante Miguel Grau Seminario. De un trabajo inédito nuestro, reproducimos la composición en verso:

Yo canto al héroe y a la muerte del héroe,
yo canto a Grau, comandante del "Huáscar",
capitán de la agonía, triunfador del desastre.

Loados sean en él todos los héroes de la tierra,
los que escuchan a las sirenas de la sangre cantando en sus oídos,
los que caen del lado de la vida en los fracasos,
los que son cual olas que se estrellan en las rocas del infinito,
los que miran a la derrota con la misma sonrisa viril que a la victoria,
los que aceptan morir de pie sin preguntar por qué motivo,
los que saben jugarlo todo en una sola carta inexorable,
los que no ignoran que la nada es fiel amiga,
los que si no pueden vencer matan a la muerte en su cadáver,
los que anhelan ser un yunque para que golpee su destino y cante.

Esta no es una marcha fúnebre, un lamento vencido,
esta es una marcha triunfal para los que sucumben en su puesto,
para los marinos que mueren erguidos sobre sus puentes de mando,
para los broncos tripulantes que yacen en los sepulcros del mar,
para los que escuchan en silencio las campanas del fondo de las aguas,
para los que muerden su angustia como una dulce fruta envenenada,
para los que aceptan el beso de la fatalidad sobre la frente.

Es hermoso ganar como quien pierde, vivir como quien muere,
pero es más hermoso aun perder como quien gana,
morir como quien vive, caer de bruces en la altura
porque hasta un minuto, un latido de las venas,
una voz de la garganta o los cañones,
una sola palabra desnuda como una espada,
basta un instante bello para justificar la vida,
basta un ademán de gloria para justificar la muerte.

La suprema embriaguez no se detiene,
los que alcanzan deben morir bajo sus alas:
está madura su alma para la eternidad terrestre.

El Monitor es pequeño
pero el océano es grande.
Yo canto al "Huáscar", ave que trinaba en los peligros;
yo lo canto, de hierro y madera enrojecidos,
con su afilada proa cortando las tempestades del odio;
yo lo canto en su imponente grandeza humana.
Rocinante marino arremetiendo contra rebaños de olas,
contra molinos de estrellas que al alba triste asesinaba.

Yo canto a Grau, cara al futuro en su apoteósica derrota,
almirante del Perú por los siglos sucesivos;
yo lo canto, huérfano de Patria en el mar adverso,
abandonado hasta la entraña en los brazos del destino;
yo lo canto en su hora tremenda, bajo la suave luz de la mañana,
solitario de la gloria en su función social de pararrayos;
yo lo canto de pie en su acerada torre acribillada,
de pie en esos reflejos en que se parte en dos la vida;
oh corsario de los débiles, oh desamparado señor de la esperanza,
oh blindada agonía, oh hermano de los mares,
oh severo hijo de la cruz del sur en las audaces correrías,
oh fidedigno Caballero de la razón en pleno vértigo,
oh profundo estoico entre las aves y los vientos marinos,
oh sapiente, oh estratega de la muerte dominada en los combates,
intuyendo, en esas noches en que la lucidez como un cuchillo corta,
que dura menos alcanzar la victoria que haberla merecido.

Yo no canto el odio estéril ni el recuerdo del odio,
pero canto a la fraterna sangre de los héroes,
y evoco a mi Almirante en el metal azul del cosmos.
El mar choca en las playas
pero la muerte es infinita.

Es bello perder el cielo para ganar la tierra,
no anhelar más ebriedad que la de la sangre,
más resplandor que el fuego propio;
y es hermoso, también, cara a la vida,
navegar serenos por las tormentas del odio,
por las artificiales tempestades de la guerra,
sin protestar si caen contrarios los dados del destino.

Oh Almirante del Perú, oh supremo fulgor de las tinieblas,
yo quisiera alumbrar, para cantarte,
las sendas obscuras de mis venas,
y gritar triunfal esas palabras que nacen del corazón
y mueren niñas al llegar a los labios que las buscan;
porque hacia falta tu sangre, tu sublime sangre derramada,
para mirar de frente a la derrota vestida de apoteosis,
y cubrir de larga gloria el gran fracaso iluminado.

Salud, salud a Grau tan antiguo y presente.
Caballero sin tacha y sin miedo entre la roca y la muerte,
águila del mar que la serpiente marina aprisiona:

El alma no duele cuando los labios cantan;
era un hombre para la paz nacido,
su mano era cordial y suave su sonrisa,
no era alto de estatura, hablaba poco,
pero amaba a su paisaje de tristes arenales,
a su desolado país entre el océano y la selva acorralado.

Fue marino porque así lo quiso el mar,
su palabra era firme como una lanza,
blanca y directa como una espada;
hacia siempre lo que había que hacer,
cumplía órdenes a (fuerza) de gran señor sin discutirlas nunca;
sabía apreciar al enemigo, admiraba el valor en cualquier parte,
recogía a los náufragos, saludaba a los vencidos,
se conmovía de puro hombre por los otros,
era severa y dulce con los suyos,
iba a la guerra como a un baile con la muerte.

Con todas las causas perdidas del mundo a cuestas, sin decirlo,
poniendo en singular muchas plurales angustias acalladas,
nadie sabía si le pesaba o no en el corazón su destino de acero;
"corazón de flor", se hubiera dicho, "corazón iluminado";
pero él llevaba clavado algo así como picos de cuervos en el pecho,
y algo implacable, como un sepulturero,
ahondaba el surco debajo de sus ojos;
porque él amaba la vida como todos
y sufría al mirar cada vez más muerta su esperanza.

Arando el mar para sembrar semilla heroica,
peleaba el "Huáscar" la mañana final de Punta Angamos,
enardecido, estoico, sereno, solo, humeante, acorralado,
entre el cielo y la costa acorralado,
al tope la bandera coronada de estrellas de pólvora caliente:
¿quién dijo, quién, que la muerte es sólo una,
que la muerte se entrega así no más al primer venido;
quién dijo, quién dice aún, quién dirá más tarde,
que las victorias valen siempre más que las derrotas? 

Buen tapete es el mar para los dados del destino,
buena arboleda el "Huáscar" para el hacha de las llamas,
para los férreos, potentes, invulnerables acorazados de Chile,
leñadores del Pacífico talando el templado bosque náutico.

Yo saludo y canto a la curtida tripulación del "Huáscar",
a los inconcebibles hijos del fuego que el agua verde enamorara,
a los sucesivos oficiales que la muerte fue nombrando capitanes,
a los furiosos hombres del cañón y de las jarcias,
a los insomnes vigías ateridos, a los sinfónicos esclavos del infierno,
los membrudos fogoneros que soñaba el viento libre.

Yo no lloro la tragedia de Angamos, yo la canto:
el barco es pequeño y el océano inmenso,
pero la muerte es más grande y lo contiene todo:

Estaba sublime el mar cuando sus cabellos llegaron a la muerte.
(Juan Ríos, 1946)

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Oda pindárica a Miguel Grau (poema de José Gálvez B.)


“La oda es una composición lírica pero su tema es objetivo; una gran idea, un arrebato divino, una magnífica hazaña, un héroe representativo. De allí que el poeta abandone su recogimiento en sí mismo para elevarse a una esfera de grandeza exterior a un ephos particular en el cual expande su impetuosa vehemencia (…) La oda es “sencilla, con una belleza que está en la solemnidad de su desarrollo, en el ardor de su potencia verbal, en la luminosidad con que rodea al ser predestinado” (José Jiménez Borja, Tacna).
Proseguimos con la tarea de rescatar la literatura patriótica peruana, durante la guerra del guano y del salitre (iniciada por Chile), y después de ella. En esta oportunidad reproducimos un poema clásico de José Gálvez:

Frente al océano, ¡Oh, Grau!
semidiós lleno de bondad humana;
te evoco como un gran penante lírico;
y al evocarte,
¡Oh gran señor del mar!
Los mitos y los símbolos
florecen y se encarnan
en henchidas imágenes radiantes.
No son mentiras vacuas,
ni son fantasmagóricos alardes
esas figuraciones tutelares,
la leyenda, la historia y la gloria y la patria
que, por ellas, un hálito divino
infunde en lo pasado vida sacra,
y a las cosas que fueron las salvas del olvido;
un hálito divino,
que hincha las palabras,
como velas de barcos atrevidos
que van al infinito.

Puede la vida triste
irse como una sombra, pero quedan,
de las almas sublimes,
el resplandor y el eco
de vibración perenne, que rescata
en una sagrada resurrección,
a los hombres que encarnan,
en misiones eternas, ideal y abnegación…
Locura de poeta, creencia popular,
son las que captan el mensaje
que se vuelve a cantar,
cuando en la hora trágica
la carne de los héroes se hace polvo
y el alma vuela al cielo
para lucir, eterna,
como una estrella tutelar,
de esas que marcan
camino de la tierra para el mortal que pasa,
ruta celeste
para el mortal que ha de durar.
Y así ¡oh Señor de nuestro mar!
Al evocarte vienen, con nuevos atavíos,
las antiguas estampas.
No son mentiras, no, los símbolos:
la leyenda, la historia y la gloria y la patria.

Fuiste la encarnación del sacrificio.
Fuiste la encarnación de la esperanza,
y como Cristo
bien sabías que te sacrificabas.
Como a un gran corazón
iba hacia ti la sangre de la patria,
que su dolor sentía en tu dolor,
que por ti palpitaba,
y que confiaba en ti su salvación.
Tolo lo fuiste, todo, en un instante:
la epopeya, el ensueño,
la audacia y el misterio,
lo incomprensible y casi inalcanzable
con que esperaba redimirse un pueblo.
La Patria,
tú, tal vez como nadie, lo sabías
la forjan los que sufren, los que luchan,
los que se sacrifican;
que, en el surco del pueblo, el sacrificio
es la única semilla
que hace brotar la flor del patriotismo.
Tú fuiste así, por eso
son eternos tu nombre y tu recuerdo.
En la tremenda hora
de patriótica angustia,
ibas sobre las ondas,
como un ave silente,
en formidable empeño de aventuras,
desafiando a la muerte y a la suerte,
y tras tu frágil nave,
como un viento propicio,
iba el cálido aliento
con que seguía tu ilusión tu pueblo.
Nunca tuvo una estela
más luminosa un barco,
como la estela que dejó tu nave,
ni jamás las estrellas
alumbraron a un buque solitario,
de más pura y romántica osadía,
como al romanticismo de tu barco,
retoño nuevo de caballerías…

Viejos, niños, mujeres, tus campañas
seguían como en sueños,
y se echaban  al vuelo,
por tu nombre, las líricas campanas.

Señor de la sorpresa,
recorrías, impávido, las costas
enemigas. Absorta
te contemplaba y aclamaba América.
¡Flores de damas, ritmos de poetas
y hasta la vieja, indiferente Europa
depuso su soberbia ante tu gloria.
De las galeras que cantara Homero
de los pueblos reacios,
tu nave fue sublimación airosa;
veloz y silenciosa como un sueño,
caía como un rayo,
se iba como una sombra…
Ensoñación del mar, en flor de hazañas,
era mito, milagro, fantasía;
maravillosa
mezcla de caballero y de fantasma,
sorprendía, apresaba, combatía.

Tú eras la patria sobre el mar,
bajo el cielo
y más allá del horizonte,
y unías la leyenda y el cantar
al ejemplo,
como un nuevo Quijote.
Reflejo azul de una bondad divina,
por ti, la guerra roja tuvo;
hundías barcos y salvabas vidas;
aun al enemigo diste amor,
y, entre la sangre y la metralla, puro
pasaste, el alma erguida
por la mano de Dios.
Y como con la patria te uniste y te confundiste,
y eras un paradigma
de heroísmo sin par,
a tu lado tuviste gallardos paladines.

Pero la realidad te perseguía
acechando a tu ideal.
Duro el destino,
castiga y premia a los que osaron mucho,
los castiga en la carne y en la tierra
y en el tiempo fugaz,
y los premia en el alma y en la gloria
y les da eternidad.

Como tu par insigne, Bolognesi,
tenías que caer por nuestras culpas
y para ser ejemplo;
porque el Destino escoge
las víctimas más puras,
y así redime castigando pueblos
en el dolor de los que son mejores.

¡Tenías que caer!
Y en un dantesco círculo de fuego
se consumó tu sacrificio cruento.
¡Tenías que caer!
Como en un mito griego,
se hizo de sangre todo el horizonte,
y se alzaron como unos semidioses
los que contigo al holocausto fueron.
¡Tenías que caer!
Se hizo de sangre todo el horizonte,
pero el mar, como nunca, fue color de laurel.
(José Gálvez B.) 

De un libro inédito sobre Miguel Grau