miércoles, 30 de noviembre de 2011

Batalla de Socoroma, Parte de la

En la guerra del guano y del salitre, iniciada por la clase dominante chilena, muchos hechos históricos son desconocidos. Algunos historiadores tradicionales, no les interesa acercarse a la verdad, por ello la desdeñan, lo neutralizan o la distorsionan.
Hoy publicamos el parte de la batalla de Socoroma, que es suscrita por el coronel cubano Juan Luis Pacheco de Céspedes. Debemos señalar que hemos actualizado la ortografía, mas no hemos modificado su contenido...



Parte de la batalla de Socoroma

“Jefe en Comisión sobre Arica
                                                                                                          Tarata, junio veinte de 1880.

Benemérito señor coronel Prefecto y Comandante General del departamento de Tarapacá y accidental de Tacna

Benemérito S. C. P.

Cumpliendo con la orden que recibí del señor Prefecto (del) Solar de acuerdo con (usted) para marchar sobre Arica, en comisión reservada del servicio, verifiqué mi viaje el tres del presente, con un oficial y cuatro soldados, marchando hasta el Tacora sin novedad. Allí como en todo el camino, encontré gran número de dispersos, a quienes intimé la entrega del armamento y la reconcentración sobre esta provincia, a fin de que pudiesen organizarse, pero uno de esos individuos en unión de otros, levantó armas contra mi (persona), obligándome a castigarlo severamente, como lo hice.

El seis llegué a Putre, en donde encontré al mayor Revollar, perteneciente al batallón Granaderos de Tacna, quien salvando las líneas chilenas fugó de la plaza de Arica, aún antes de caer ésta en poder del enemigo. Como entre las instrucciones que llevaba, me prescribía una de ellas, preparar recursos en el tránsito para el caso de que la guarnición de Arica, se retirase sobre éste u otro punto, encargué al mayor Revollar, que aglomerase (víveres, bagajes y agua) y cuanto le fuera posible, pero ese jefe lejos de cumplir mis órdenes, continuó su camino, sin que sepa hasta hoy cuál haya sido, llevándose ocho individuos con rifles y bestias, que yo había dejado en depósito, y varios dispersos armados que había puesto a sus órdenes para llevar la comisión que le encomendé.

El nueve llegué a la quebrada de Azapa, en donde tuve noticia que la plaza de Arica había caído heroicamente en poder de los sitiadores, y que varios dispersos cometían extorsiones en los pueblos por donde pasaban. Con este motivo creí de mi deber esperar esos individuos para someterlos al orden, haciendo respetar las autoridades e intereses de los vecinos.

El diez se me presentaron en Livílcar, como catorce dispersos capitaneados por el sargento primero Villalba, a quienes procuré desarmar y someter al orden. Allí tuvo lugar un escándalo parecido al que provocó un soldado en la quebrada de Azapa, pero fue reprimido con toda severidad, sometiéndose a mi obediencia los demás dispersos que venían desarmados, a pesar de las instigaciones del sargento por provocar la rebelión.

Habiendo arribado el once a Socoroma, en camino sobre Putre, supe que el enemigo había desprendido una fuerza que se dirigía a esos puntos. Para todo (cuanto) me fue preciso aguardarla, por si el aviso que se me daba era cierto, y en efecto, contando con veintitrés hombres que había logrado reunir de los dispersos de Arica y Tacna, esperé la fuerza chilena hasta la una p.m. del trece. Hora en que emprendí mi marcha sobre Putre.

Preparado ya para marchar en dirección a esta ciudad, tuve noticias fidedignas de que un pìquete enemigo de cuarenta o cincuenta hombres de caballería y doscientos cincuenta de infantería, habían llegado a Socoroma, con el fin de nombrar autoridades y verificar una exploración, estudiando en esos lugares los elementos que su agricultura presenta para la mantención de caballadas. Habiendo encontrado buenas posiciones en Putre, me resolví a esperar a los expedicionarios, hasta el día siguiente, sospechando que ocupara la población en que me encontraba y que me propuse defender a todo trance, a pesar de la pequeña fuerza que me acompañaba, la cual en la mayor parte sólo tenía diez o doce tiros en la cartuchera.

Como a las tres de la tarde del día citado, tuve noticia que el mayor chileno Manuel Montes había dirigido una carta al señor Maldonado, comerciante de aquel lugar, en que le anunciaba que debía pasar al día siguiente por esa plaza, y de que en caso de que me encontrase en el pueblo, y desease (batirme) saliera fuera de él para evitar los daños que una refriega podía inferir a los habitantes.

No debía permanecer indiferente a este reto, que tenía todas las formas de una intimación deshonrosa. Dispuse, pues, la marcha sobre dicho jefe, con los veintitrés hombres que me acompañaban saliendo a las cuatro de la tarde del día citado, para asaltarlo en la noche. El movimiento que verifiqué, tuvo felizmente buen suceso, pues di un asalto al jefe chileno como a las ocho p. m. apoderándome de él y tres soldados, treinta y tres mulas que había tomado de algunos dispersos, que encontró a su paso.

El dieciséis salí de Putre, conduciendo sesenta caballos, entre ellos treinta mulas pertenecientes al Gobernador chileno de Lluta y los cuatro capturados que bajo la palabra de honor del jefe Montes, venían sin prisión alguna. Al llegar el dieciocho a La Portada supe que había allí treinta o cuarenta chilenos armados, que merodeaban cometiendo todo género de excesos. Se me dijo, además, que podía hallar algunas mulas que no habían sido retiradas, a pesar de aquella noticia, por cuya razón di orden de tomarlas, llegando al número de cuarenta o cincuenta.

Pasando de la Portada a Ataspaca, se oyeron algunos disparos de mi descubierta, haciéndome sospechar que el enemigo había sido encontrado. Dispuse entonces, que se retirasen las brigadas y los prisioneros, y avancé con la fuerza que me obedecía, hacia el lugar del fuego, encontrando, que se había disparado sobre unas paisanas, que, creyéndonos enemigos no habían dado respuesta al “Quién vive” que se les intimó: al hacer alto noté con gran disgusto que haciendo traición de un modo indigno a su palabra de caballero leal, había fugado el jefe chileno Manuel Montes con un soldado.

El veinte llegué a este pueblo de Tarata, en donde de un modo verbal, di cuenta a (usted) de mi comisión verificándolo ahora por escrito para los fines consiguientes. Las instrucciones de la Prefectura (habrían) tenido el mejor resultado si desgraciadamente mi arribo sobre Arica, no hubiese sido extemporáneo, por haber caído gloriosamente en poder de los invasores; sin embargo, en el trayecto he procurado evitar los desórdenes que podían cometer los dispersos; hacer alejar cuantos recursos habían servido al enemigo y traer los bagajes que encontré a mi paso.

Espero que mis procedimientos que de un modo (---) lado consigno en este parte oficial (---) (merezcan) la aprobación de (usted).

Que a (usted) S. C. P. y C. G.

Juan Luis Pacheco de Céspedes”


Fuente: de un libro inédito nuestro