La Bandera es palma heroica,
la bandera es arca santa,
que en las manos de los pueblos
une el Dios de las batallas;
talismán glorioso que hace revivir en el vencido
el cadáver solitario de una náufraga esperanza;
Sol bendito que en la noche
del destierro se levanta
y nos trae en cada rayo
mil recuerdos de la patria;
el recuerdo de la madre, cuyos besos nos parece
que cayeran lentamente destilando sobre el alma;
el recuerdo de la esposa, cuya voz es cien mil veces
más dulcísima y más grata
que la más grata y más dulce
melodía que pudiera producir la nota humana;
el recuerdo de los hijos, esas ramas florecientes,
de las que es el padre tronco, y el amor materno savia;
el recuerdo de la tierra donde nuestro primer grito
fue un heraldo de la vida que llegó empapado en lágrimas;
de esa tierra que es más grande,
más ilustre, más hermosa y más deseada
cuanto más distante estamos
de la cresta de sus montes, del murmullo de sus aguas.
Inmortal es la bandera;
aparece con la lucha y por ella es consagrada
como emblema perdurable
de los odios y las guerras seculares de las razas;
distintivo es en la horda,
jerarquía en la mesnada,
poderío con el feudo
y poder, y distintivo y hasta Dios es en la patria.
Con Aquiles marchó a Troya,
con Eneas marchó a Italia
y también fue a la conquista del dorado vellocino
en la proa de la nave de los fieros argonautas.
La bandera es la más noble compañera de los hombres;
en las ondas o en las cumbres, en el mástil o en el asta;
ella encarna un pensamiento
o la imagen de la patria.
La bandera tiene vida,
la bandera tiene alma,
y ama el Sol y ama la altura
porque es águila,
y padece como ella la nostalgia de las cumbres
y es más grande y más soberbia cuanto más del suelo se alza.
¡Cuántas formas ha sufrido, cuántas forma la bandera!
En Egipto fue el buey Apis, con los turcos Cimitarra;
en Asiria, el gigantesco mastodonte de los mares;
la paloma, en Babilonia y en la vieja Roma, el águila...
Pero, bestia, pez o ave,
la bandera siempre ha sido lo que debe ser: La Patria.
Inmortal es la bandera:
verde o roja, negra o blanca,
a través de las ficciones que le da la fantasía;
ya el rampante león de España,
ya la media luna turca
se destaquen en sus franjas,
una sola es la bandera
porque es uno el pensamiento sacrosanto que ella encarna,
porque es uno mismo el pueblo
que la misma lengua habla,
porque es una su grandeza
y son una sus desgracias,
y en la misma historia juntos, como en iris gigantesco
va lo rojo de la guerra consagrada por la espada,
va lo blanco de la paz, esa madre del progreso,
va lo negro de la impura y torpe bestia: la autocracia.
Es la patria la bandera;
en el campo de batalla
cuando avanza o retrocede,
van tras de ella las miradas
como tras de la columna luminosa del desierto
fuera un día, trashumante, el caudillo de una raza; cuando cae,
presurosas hay mil manos que se bajan para alzarla
y mil pechos que se oponen resistentes, como el bronce,
al acero y a las balas.
Y al mirarla por la sangre enrojecida,
y al mirarla por el plomo desgarrada,
nos parece ver un seno desgarrado y palpitante,
una boca convulsiva que nos reta y que nos llama,
y unos ojos que nos miran
demandándonos venganza;
y esos ojos, y esa boca, y ese seno desgarrado
son el seno, son la boca, son los ojos de la Patria.
¡Cómo aviva el entusiasmo,
cómo aviva la esperanza
cuando más desalentado combatiendo está el guerrero,
cuanto más sangrienta y ruda se va haciendo la batalla!
Y en la hora en que el Destino
le da a un pueblo la victoria y a otro pueblo se la arranca,
y parece que los hombres y las bestias y las cosas
fueran una sola masa,
y los gritos y lamentos
y la voz de la metralla
una horrenda sinfonía de mil truenos
semejaran
la bandera, la bandera
como una hostia se levanta,
como una hostia: es el misterio eucarístico en que el cuerpo
del soldado con la sangre derramada
se convierten en el cuerpo y en la sangre de la Patria.
Es entonces cuando en torno
de la insignia sacrosanta
forman cuadros los vencidos
como el pueblo de Israel ante el arca de la alianza,
es entonces cuando al verla por la sangre enrojecida,
es entonces cuando al verla por el plomo desgarrada,
nos parece ver un seno desgarrado y palpitante,
una boca convulsiva que nos reta y que nos llama
y unos ojos que nos miran
demandándonos venganza;
y esos ojos, y esa boca, y ese seno desgarrado
son el seno, son la boca, son los ojos de la Patria.
Fue bandera,
fue bandera, roja y gualda,
la que heroica y aguerrida se mantuvo siete siglos
como el credo de una raza,
la que en Navas y en Lepanto
arrancara dos florones a las huestes musulmanas
y en las manos de Balboa
fue la Europa saludando del Pacífico las aguas.
Fue bandera,
la bandera de tres franjas,
imperial con Bonaparte,
con Dantón republicana,
la que dio la vuelta al mundo
coronada por un águila
y a su paso fue regando en las almas la semilla
de la libertad humana.
Fue bandera
la bandera roja y blanca,
la que altiva allá en el Morro
un adiós de muerte diera a la estrella solitaria,
la que allí fue sacrificio;
la que allí cayó en el ara
bautizada con la sangre del guerrero más heroico
que inmolóse, como un Cristo, por la redención peruana.
Fue bandera la que al tope
de la nave legendaria
por tres veces cayó herida,
como un ave ensangrentada,
y tres veces alzó el vuelo
entre nubes, entre truenos, entre rayos y entre salvas;
y cayó porque no había
ya una mano que la alzara
y cayó porque era justo
que a los cuerpos de sus hijos les sirviera de mortaja.
¡Ah, Jesús también un día siete veces da en el suelo,
y las siete veces, triste, pero heroico, se levanta...
¡Oh bandera bicolor!
¡Oh bandera roja y blanca!
que en el Morro fuiste incendio
y jirones en el "Huáscar";
que parece que la sangre de tus hijos te hizo roja
y la nieve diamantina de los Andes te hizo blanca.
¡Oh bandera, tú que has visto
nuestras glorias desgarradas
por el hosco y formidable
vendaval de la desgracia;
vuelve a ser lo que tú has sido:
el orgullo de la Patria,
deja ese aire dolorido de vergüenza y de derrota,
y en el mástil de esa nave, que ha de ser en nuestras aguas
otro andante caballero
de perínclitas hazañas
desenvuélvete altanera
y sacúdete gallarda.
Sólo así nuestras pupilas te verán como una hostia
cuando tornes a la cruenta comunión de las batallas.
(Enrique López Albújar, Chiclayo)
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